Todos conocemos el dolor de una decisión, esa congoja que exaspera cuando decidir es algo tan ineludible como insoportable. Entre los cientos de decisiones que tomamos cada día, algunas son especiales por su dificultad y por sus consecuencias.
Una decisión fácil puede tener consecuencias definitivas. Otras siguen el planteamiento inverso. Son poco relevantes, pero conllevan muchas cavilaciones. A veces le damos vueltas a algo, nos quita el sueño y después comprobamos que no era para tanto y que los riesgos que sopesamos insistentemente no eran tales.
Otro tipo de decisiones parecen presionadas por el tiempo, se toman cuando el plazo expira, dejando la angustiosa sensación de que no hubo suficiente reflexión, pero en realidad no sucumben a la prisa, sino a la indecisión.
. Cuando hay que enfrentarse a un asunto transcendente y las dos opciones son equivalentes se plantea un autentico dilema moral. Es cuando uno desearía ser menos libre, querría que otros nos organizaran la vida, suplicaría no tener que decidir.
Leí en algún lugar que lo contrario a una pequeña verdad es una pequeña mentira, mientras que lo contrario a una gran verdad es otra gran verdad. Tiene mucho de cierto, pero tiene también mucho de inquietante. Un dilema moral que obliga a optar entre dos situaciones igualmente válidas, igualmente injustas, crueles y dolorosas, desata la incertidumbre y el sufrimiento.
Las personas corrientes sentimos la soledad abrumadora de la decisión. Me viene a la memoria una película, que nos estremecía con un dilema emocional. En “Los puentes de Madison”, un ama de casa debe decidir entre el amor gastado pero seguro y la pasión luminosa pero arriesgada. Finalmente, opta por lo primero. ¿Hizo bien? Quién sabe…
Es difícil decidir sobre el amor cuando es un incierto campo de espinas. Romper una relación que sólo proporciona insatisfacción y pena es seguramente lo más acertado, pero si aun se sigue queriendo a la persona con la que ya no es posible convivir entonces es desolador.
En definitiva, hay decisiones que provocan una onda expansiva en el corazón que dejan claro que decidir es, sin duda, lo más difícil de la vida. Sin embargo, siempre se sale adelante y casi siempre se acierta, porque el acierto es asumir la opción y mirar al mañana, sabiendo que es con decisiones difíciles con las que construimos nuestra propia historia.
Ana G
Ana D.